Este año me propuse aprender a bucear sin ni siquiera dimensionar lo que se venía: 15 horas de teoría, 15 horas de práctica en piscina, un viaje a Cancún, 4 inmersiones en mar abierto y finalmente mi certificación PADI Open Water Diver.
La primera fase de teoría y práctica la hice con Arrecifes del Pacífico en Cali, Colombia y estuve muy satisfecha con el equipo de instructores que me guiaron en cada momento. Al finalizar, tomé el examen teórico y me entregaron un formulario de referencia universal (PADI universal referral form) confirmando que había terminado el curso y este papel lo presenté en la escuela de buceo en Cancún, México para poder continuar con las inmersiones en mar.
Confieso que me preocupaba mucho bucear con un instructor nuevo y con personas que no conocía porque para bucear la confianza es importante. Sin embargo, me encontré con un equipo maravilloso en Cancun Scuba Center, y tuve la fortuna de contar con instructores profesionales y pacientes. Además, me gustó la organización, la calidad de los equipos, y la claridad de la información.
La primera inmersión fue en MUSA, un museo subacuático de arte, que tiene como objetivo conservar los recursos marinos naturales mediante esculturas que promueven la vida coralina y sensibiliza a los turistas a visitar lugares alternativos con el fin de proteger los arrecifes naturales en deterioro. Ahí nos hicieron varias pruebas como quitarnos la máscara, ponerla, desaguarla y no tragar agua en el intento.
En la segunda inmersión me hicieron la prueba de la brújula y en general, probando todavía mi peso ideal para controlar mi flotabilidad.
En mi tercera inmersión pasé el susto de mi vida. Descendí sin problema, pero me entró agua a la máscara, no la pude desaguar, intenté inhalar porque era consciente que tenía el regulador en la boca, pero no me entraba el aire, estaba en pánico, sentía que estaba hiperventilando, me asusté, pensé: «me estoy ahogando», de la frustración mi reacción fue quitarme el regulador y nadar a la superficie. Cuando llegué, al segundo llegó mi instructor y me puso el regulador de emergencia en la boca y por fin pude respirar. Afortunadamente como buen instructor manejó muy bien la situación, me calmó y me dijo que íbamos a volver al bote para alcanzar a los demás, una vez ahí me dio consejos por si sucedía nuevamente y volvimos al agua.
Al finalizar esa inmersión me sentía algo decepcionada porque pensé: «me tiré la certificación», también estaba en shock porque siempre me he considerado una persona muy tranquila y no podía creer que me había dado un ataque de pánico y pensar genuinamente que me iba a morir. Pero también estaba agradecida de estar viva y de que ese incidente pasó empezando la inmersión y no teníamos nitrógeno en el cuerpo. Fue mi momento humilde de darme cuenta lo vulnerable que somos los seres humanos, de ser más consciente de mi respiración, lo cual a veces damos por sentado, y de aprender de mis errores y no rendirme, aunque sienta miedo.
Mi cuarta inmersión fue increíble. Me sentí en completa paz y tranquilidad. Disfruté de la inmensidad del mar, pude apreciar el silencio, quedé maravillada de poder ver tanta diversidad de animales, de peces, de nadar tan cerca de una tortuga. También nos encontramos con una raya cubierta de arena, un cangrejo gigante, y una morena en su cueva.
Bucear te invita a abrazar la vulnerabilidad, a contemplar la belleza de la naturaleza, a respetar la vida marina, a reflexionar sobre la importancia de la conservación de los océanos, a vivir nuevas aventuras y conocer nuevas personas que como tú son curiosas y buscan salirse de su zona de confort. Esta experiencia fue una manera de conocer fortalezas, pero también miedos que no sabía que tenía, pero sobre todo aprendí a confiar más en mí.


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